Pasamos más del 80% de nuestro tiempo en el interior de los edificios. Ya sea porque es nuestra vivienda habitual, nuestro lugar del trabajo o nuestro espacio para el ocio, la realidad es que nuestra vida transcurre entre cuatro paredes. Este hecho, sumado a los cambios culturales y de sensibilidad en cuestiones como la eficiencia energética o el confort, nos han llevado a una profunda transformación en nuestra forma de entender el edificio y en cómo habitar los espacios interiores.
Así, han aparecido conceptos nuevos, como el síndrome del edificio enfermo, que no hablan tanto de las patologías que sufre el inmueble, como de los problemas que éstas causan en la salud de sus ocupantes y que en ocasiones están estimuladas por la mala calidad del aire interior.
Por lo tanto, es necesario tener sistemas de ventilación mecánica cada vez más herméticos para eliminar el intercambio de aire con el exterior y contener ese aire “estropeado” y dañino, lo que nos obliga a vivir con él a diario.
La preocupación por salud relacionada con la vivienda no es nueva, este campo comienza a investigarse a finales de la década de 1970, cuando empiezan a vincularse algunos casos de alergias, a las características de ciertos edificios. Pero no es hasta los años 90 cuando comienza a hablarse de “síndrome”.
El síndrome del edifico enfermo se refiere a aquellas patologías (alergias, problemas respiratorios, sequedad, cefaleas, etc.) vinculados a la mala calidad del aire en el interior del inmueble. Para que un edificio se considere enfermo los problemas deben afectar a un 20% de los ocupantes
El síndrome del edificio enfermo no solo afecta a hogares, sino también a escuelas, oficinas, hospitales e innumerables edificios públicos; Todos aquellos lugares donde pasamos mucho tiempo, equipados con aire acondicionado o sistemas de ventilación mecánica, que hacen que el intercambio de aire natural sea innecesario y perjudicial (en comparación con los edificios energéticos).
Está claro que la predisposición individual y la sensibilidad subjetiva también tienen cierto impacto; pero cada vez es más evidente que hay muchos agentes químicos y contaminantes en el aire interior, que causan irritación y estimulación del sistema sensorial, lo que produce molestias que tienden a desaparecer cuando nos alejamos del edificio... ¡o simplemente, renovando el aire!
El edificio puede estar “enfermo” debido a:
Mal funcionamiento de los sistemas de calefacción, ventilación y aire acondicionado.
Presencia de materiales insalubres relacionados con la fase de construcción del edificio.
Presencia de moho.
Presencia de sustancias como radón, ozono u otras sustancias orgánicas volátiles.
Filtración insuficiente de recirculación de aire.
Además, la calidad del aire se puede ver afectada por los químicos presentes en el mobiliario interior (pinturas, resinas, pegamentos...); por el empleo de productos de limpieza y ambientadores nocivos, o por el uso durante la fase de construcción de productos químicos presentes en imprimaciones, pinturas, protectores, etc.
En el caso concreto del radón y los mohos, hay que aclarar que se deben a características locales que no son fácilmente identificables y pueden eliminarse.
Todos estos elementos unidos a la contaminación exterior pueden contribuir a empeorar el cuadro clínico, dando como resultado enfermedades mucho más graves, si la exposición a los mismos se realiza de forma prolongada.
En primer lugar, eligiendo cuidadosamente los lugares donde vivir, evaluando cuidadosamente el contexto en el que construiremos nuestra casa y las características y métodos de intervención que tendremos que operar en nuestro edificio preexistente cuando tengamos que evaluar los sistemas de adaptación y transformación.
Además podemos actuar:
Eliminando olores no deseados, así como algas, bacterias y moho de las superficies de revestimiento, pisos y techos, utilizando técnicas consolidadas apropiadas (por ejemplo, tratamiento de choque con alto contenido de ozono).
Utilizando materiales lo más naturales y certificados posibles.
Utilizando sustancias como adhesivos, pinturas, solventes y pesticidas (cuando sea necesario) solo afuera y en ausencia de personas.
Intercambiando adecuadamente el aire.
Realizando las operaciones de mantenimiento necesarias y frecuentes de los sistemas de aire acondicionado y ventilación mecánica.
Instalando sistemas de limpieza de aire y extracción de polvo.
Utilizando sistemas “naturales y pasivos”: algunas plantas de interior, como sansevieria, ficus benjamin, aloe, dracea, hiedra común,...) tienen la capacidad de purificar el aire y neutralizar los VOC, sustancias orgánicas volátiles.
¡La ventilación es esencial para mejorar la calidad del aire interior!
En nuestra actividad diaria es importante abrir las ventanas y ventilar durante al menos 10 minutos cada hora, creando corrientes de aire entre el interior y el exterior y evitando el estancamiento de sustancias nocivas, elevando los niveles de contaminación y formación de moho.
Pero, frente a estas actuaciones “paliativas” debemos apostar por la prevención y esto solo se puede hacer durante la fase de diseño y construcción.
En la cubierta, por ejemplo, la capa de ventilación que sugerimos siempre y que crearemos debajo de la cubierta del tejado dará innumerables beneficios:
Permitirá gestionar la condensación proveniente del interior de las habitaciones o la causada por la persistencia de nieve en el tejado.
Ayudará a contener los excesos de calor del verano.
Intervendrá adecuadamente para secar cualquier filtración.
Evitará la degradación de los materiales utilizados.
Es por eso que insistimos en una estratigrafía interactiva ventilada: porque el tejado expresa una función importante en nuestro edificio también en relación con la salud de nuestra vida.